Ricardo Márquez Blas.- Maestro en Ciencias Sociales, por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)
I. Estado y seguridad nacional
Las sociedades modernas resultan inimaginables sin el Estado y sus instituciones. Para aquellas y éste, la seguridad nacional es un imperativo irrenunciable. Aún en ausencia de condiciones objetivas para la verificación de situaciones consideradas como típicas de riesgo para la seguridad nacional, tales como conflictos armados con otros países o enfrentamientos entre grupos internos que dirimen por medios no institucionalizados la titularidad y capacidad de conducción política, ningún Estado moderno, y menos aún sociedad moderna alguna, pueden prescindir de instituciones, estructuras y organizaciones responsables de velar por su propia seguridad.
La función de protección y seguridad es una de las tareas fundamentales del Estado. Más aún, la seguridad nacional forma parte de un conjunto de bienes públicos sin los cuales no puede haber condiciones para la convivencia colectiva y, mucho menos, para el desarrollo armónico de las sociedades. En este sentido, la seguridad nacional forma parte de las funciones y actividades consideradas “bienes públicos puros”, “actividades exclusivas del Estado” o “funciones estatales de orden superior”.
Desde luego, ni la estabilidad del Estado ni la seguridad de la nación residen exclusivamente en sus instituciones y órganos encargados de detectar, investigar, evaluar y neutralizar amenazas y riesgos, sino más bien en la continuidad, consolidación e inclusión de un conjunto de recursos provenientes de diversas fuentes de poder social, que dan origen a su existencia, moldean su estructura y organización, dan dirección y sentido a su funcionamiento e imprimen de contenido específico a sus políticas públicas.
Las relaciones entre Estado y seguridad nacional deben ubicarse en el horizonte del desarrollo y consolidación en el largo plazo de instituciones propias de las sociedades modernas. La seguridad nacional, como institución y función estatal, forma parte de las relaciones de interdependencia funcional del conjunto de instituciones políticas, económicas, sociales y culturales que configuran la modernidad en los vínculos entre Estado y sociedad.
Al hacer referencia a las relaciones entre Estado y seguridad nacional, al menos en el plano de los procesos históricos de su emergencia y consolidación, es claro que no se trata sólo de la seguridad del Estado, sino de la nación misma. Históricamente, la seguridad nacional ha estado íntimamente ligada con el Estado moderno. Éste, como es sabido, emerge con vocación de Estado-nación. Si bien el proceso histórico de construcción de estructuras estatales antecede a la nación como tal, por medio de ese mismo proceso –además de la delimitación y defensa de espacios territoriales- también fue posible promover la cohesión e integración nacionales como factores necesarios para su consolidación y preservación, reforzando así sus pretensiones tanto de Estado soberano como de Estado-nación.
Los procesos de construcción de estructuras estatales no son los mismos que los correspondientes a la edificación de la nación. Una de las conexiones históricas, funcionales y lógicas más importantes es precisamente la función institucional de la seguridad nacional. Si atendemos a los procesos históricos, la seguridad del Estado, al permitir la consolidación de sus estructuras y la preservación de sus fines, contribuyó también a los procesos de integración nacional. De tal forma, como procesos histórico, la seguridad nacional abarca simultáneamente al Estado y a la nación.
No extraña, por ello, que la creación y consolidación de instituciones y organizaciones responsables de la seguridad nacional haya sido consustancial a la emergencia y evolución del Estado nación. Si bien es cierto que el Estado moderno, en tanto forma de organización política específica, vigente en determinada área territorial determinada por trazos fronterizos conocidos –cuyos habitantes representan un conjunto social sujeto a derechos y deberes que emanan de un ordenamiento jurídico – político específico- aparece en Europa a finales del siglo XV y principios del XVI, las modernas ideas acerca de la nación y el nacionalismo aparecieron hacia la última parte del siglo XVIII, y los Estados-nación emergieron como fuerzas mayores sólo hasta la segunda mitad del siglo XIX. De manera similar, las labores de inteligencia desarrolladas por entidades responsables de la seguridad nacional, en tanto actividades legitimadas, organizadas y llevadas a cabo por un conjunto de instituciones específicas y permanentes, datan de la segunda mitad del siglo XIX.
II. Seguridad nacional e inteligencia. Legitimación e institucionalización.
Históricamente, el punto de inflexión del tipo de actividades características de los modernos servicios de inteligencia está en su institucionalización y legitimación, expresado en un conjunto de organizaciones específicas de actividad continua, especializadas y legitimadas. Esto data de la segunda mitad del siglo XIX. Posteriormente, el aumento en número, tamaño y complejidad organizativa de éstas, llevó a conformar lo que ahora genéricamente conocemos como: “comunidad de inteligencia, servicios de inteligencia o inteligencia organizada”; es decir, al conjunto de organismos especializados en asuntos de seguridad nacional, que es un fenómeno del siglo XX.
Desde luego, formas primarias de ciertas funciones y actividades características de los actuales servicios de inteligencia pueden ubicarse en tiempos remotos, usualmente asociadas a pretensiones de construcción de comunidades políticas, objetivos de conservación y ampliación territorial, así como áreas de dominio e influencia política y económica; pero es hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando dichas funciones y actividades empiezan a ser agrupadas y ordenadas en organizaciones específicas y especializadas. Éstas, en tanto tales, son una innovación victoriana.
Hasta antes de esa época, en efecto, las guerras mostraron la gran utilidad del tipo de información que podría catalogarse como de inteligencia, pero contribuyeron poco a su institucionalización y legitimación. Más por aquellos tiempos el término inteligencia era sinónimo de información. Desde luego, no cualquier tipo de información, sino fundamentalmente aquella relativa a países enemigos y complots internos. No se le asociaba ni se le concebía como conjunto de institucionales gubernamentales legítimas, de actividad continuada y especializada, tanto para asuntos internos como externos, separadas de otras áreas oficiales de toma de decisiones y también de embajadas y otras oficinas radicadas en el extranjero.
Esto no sucedió sino hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando evolucionaron como áreas especializadas en la estructura de mando de los ejércitos modernos, orientadas fundamentalmente hacia el monitoreo de los planes y pretensiones geoestratégicas de otros países, la situación en que se encontraban sus fuerzas armadas y las condiciones internas de sus respectivas sociedades, por un lado, y por otro, dentro de organizaciones policiales, como áreas de indagaciones, vigilancia y operaciones secretas, en estos casos orientadas esencialmente a la detección de conspiraciones internas de grupos u organizaciones que buscaban la sustitución o desestabilización del gobierno en turno, ya sea con la colaboración y apoyo de otros países –y recursos provenientes de ellos- o bien como pretensión exclusiva de grupos internos.
Por ello, desde siempre, la seguridad nacional ha implicado componentes internos y externos. El sistema interestatal y el orden internacional que emergieron con el modelo de Westfalia, cuya vigencia práctica se extiende de 1648 a 1945, implicó que el “dilema de seguridad” que debían enfrentar los distintos Estados tenían componentes internos y externos y, por tanto, las amenazas y riesgos podían provenir tanto de grupos ubicados dentro de sus propias sociedades y acotamientos territoriales, como de otros miembros o unidades del propio sistema interestatal.
III. Redes y estructuras multinacionales
En los últimos años, la problemática tanto del Estado como de la seguridad nacional, ha sido objeto de un acrecentado interés analítico derivado de las transformaciones registradas en las formas de relación e intervención estatal, así como en sus dimensiones y funciones. Sin embargo, estos análisis han privilegiado ciertos aspectos de los procesos de reforma estatal, en particular los referentes a su tamaño y eficiencia, en detrimento de otros no menos significativos, como son los vínculos entre Estado y seguridad nacional, subestimando así una por demás importante dimensión del fenómeno, limitando con ello el marco interpretativo. –l00,0.
El renovado interés por el Estado, sus vínculos y modalidades de interacción con otras fuentes de poder social, las formas que asumen en determinados regímenes políticos y la influencia de éstas en sus respectivas dinámicas de funcionamiento, aparecen ahora para comprender importantes cambios –ya registrados, aún en marcha y por venir- en nuestras sociedades. En el caso particular de las relaciones entre Estado y seguridad nacional, se requiere de una reflexión más detenida sobre el proceso político que conduzca a la determinación de los fines e intereses nacionales, la creación dentro del aparato estatal de organismos responsabilizados de su resguardo, las funciones que estos cumplen y las tareas que les son asignadas.
Los esfuerzos por reinterpretar al Estado, sus funciones, específicamente las correspondientes a seguridad nacional, deben tomar en consideración sus transformaciones recientes, tan inéditas como insuficientemente entendidas, que van desde nuevas formas de interacción política, económica e incluso cultural, hasta innovaciones tecnológicas que impactan prácticamente todos los aspectos de la vida social. En un mundo en constante transformación y creciente complejidad, la determinación e interpretación de las funciones estatales, en particular de las correspondientes a los organismos responsables de la seguridad nacional, y sus interrelaciones quizá evolucionen de forma tan inevitable e impredecible como el cambio mundial mismo.
Por algún tiempo, la hipótesis de que el Estado dejaría de ser el actor principal del sistema internacional indujo un desplazamiento en el centro de atención analítica a favor de éste último, su dinámica e instituciones. La difusión ampliada y el incremento de la popularidad de la hipótesis de la abdicación del Estado-nación a favor de instituciones internacionales aún más abarcadoras y poderosas que, pretendidamente, asumirían con mayor solidez, efectividad y legitimidad tareas y funciones de aquel, propició que el interés analítico privilegiara la atención de procesos económicos, políticos y sociales, cuya dinámica de funcionamiento se ubica en el plano del sistema internacional, más allá de las fronteras de los estados nacionales.
Ciertamente un nuevo orden mundial está emergiendo. Pero en éste, el Estado nación no está desapareciendo, ni dejará de ser –todavía por mucho tiempo- el principal actor del sistema internacional. Si bien lo más probable es que el Estado nación vea pasar ante sí la revolución informática, con mucho aunque no pierda su centralidad, no será el mismo de antes. Será un Estado Nación profundamente cambiado, particularmente en áreas tales como las políticas fiscales, monetarias, de precios, de control internacional de los negocios, y también en materia de seguridad nacional.
Antes de estar desapareciendo, el Estado parece estar proyectando a nivel internacional distintos segmentos de sus partes funcionales. Una de ellas es, desde luego, la seguridad nacional. Desde tiempo atrás, la proyección conjunta en el plano internacional de ciertos segmentos funcionales de distintos estados nacionales, parece estar tejiendo una densa red de estructuras y relaciones encaminada hacia una especie de orden trans-estatal o trans-gubernamental. Por manera conjunta problemas cuya dinámica de funcionamiento, efectos y actores trascienden los dominios particulares cada Estado-nación. Típicamente, tales problemas van desde las crisis financieras hasta el crimen organizado, el narcotráfico, el lavado de dinero, el terrorismo, el deterioro ambiental, etc.
La referida proyección de distintas partes funcionales de los Estados nación hacia la arena internacional ha posibilitado el establecimiento de redes de instituciones que, si bien representan distintos intereses nacionales, comparten funciones y preocupaciones comunes. Basadas en la cooperación multinacional, esas redes de relaciones y estructuras internacionales, al fortalecer la capacidad estatal para encontrar e implantar soluciones a problemas compartidos –el deterioro del medio ambiente y el crimen organizado, por ejemplo-, se están convirtiendo en alternativas cada vez más efectivas y extendidas para reforzar tanto la gobernabilidad internacional como la seguridad de los estados nacionales.